sábado, 3 de septiembre de 2016

En los pasillos enmohecidos




 
En los pasillos enmohecidos con humedades pútridas por decenios, reverbera un clamor ahogado: el grito de antiguos prisioneros que jamás encontraremos.


Son aquellos abandonados bajo lápidas sin nombres, donde sus huesos fueron mezclados.


Recorro ciento trece pasos… y digo pasos porque solo así puedo medirlo. 


Al estar amordazado y vendado de los ojos, ni el sol me calienta lo suficiente para saber en qué dirección me llevan. Solo tirones del brazo o culatazos en la cabeza y espalda aminoran la monotonía en cada traslado.


Las piedras desnudas acarician mis plantas pretendiendo brindarme el contacto con un algo que me aleja de una nada.


Ya entre las paredes de reclusión se puede sentir la vibración perpetua que nos quita el último vestigio de fuerza. Y que, sin embargo, interpretamos como sosiego para las almas.


Sabemos que no viviremos lo suficiente para ser testigos de tantas y tantos caídos… abandonados en las fosas.


No obstante, se escucha desde las piedras: 


Somos hijos de los versadores, 
de aquellos que son inmortales… en ti.

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