Quienes estaban dormidos no se movían, ni con el
característico sube y baja de las inhalaciones.
Era tanta su quietud que, de
tan honda, me hacían envidiar la paz que susurraban desde la piel.
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Otros seres corrían asustados; otros gritos se escuchaban…
otros llantos se vertieron, pero ellos simplemente, ya nunca se movieron.
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No pudimos reanimarlos ni restañar tantas heridas. Por unos
lentísimos instantes me miraron a los ojos queriendo comunicar la premura y el
terror que sentían… pero no dijeron nada. Les faltaba el aire… no podían.
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Las balas se acercaron y los sonidos crecieron. Los cielos
no dijeron nada cerrando los ojos a las oraciones y ayes lastimeros.
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Llegan los reporteros con sus cámaras; gritan los sargentos
y los soldados… pero los civiles heridos… ésos… ya nunca se movieron.
Autor: Jorge de Córdoba
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